Adieu.

Hace un mes te dije que ya no te amo.

Me pregunto cuándo te cansarás de llamar decenas de veces al día, de escribir cientos de mensajes, de esperarme en la entrada de la universidad, de molestar a mis amigos para preguntar dónde estoy, con quién, a qué hora salgo o regreso a casa.

Cuándo te cansarás de hacer todo eso que me mantiene lejos de ti.

Hace un mes que no duermo porque al miedo le ha dado por dibujar en mi cabeza todos los posibles escenarios que tus monstruos podrían crear, pero me resisto, me resisto a creer que podrían ser reales, tapizo esos murales de terror con nuestro tiempo juntos, ese tiempo en el que podía verte a través de tus ojos, en el que seguías aquí y eras libre, libre de tus monstruos, de tus abismos. Libre de ti.

Recuerdo la primera vez que te vi, estabas con alguien más, radiante, simpático, seguro de ti y en cambio yo era la chica a la que habían dejado por otra porque era mejor estar con alguien más que lidiar con una realidad como la mía, incierta, tormentosa, gris...

Ese día eras el hombre más feliz de tu mundo y yo era la mujer más desdichada de mi universo.

¿Recuerdas cuando nuestras miradas se encontraron? Te vi y me viste, y ambos nos contestamos las miradas con una sonrisa cómplice, un par de sonrisas que dijeron: "nos conocemos", aunque ni siquiera sabíamos nuestros nombres.

Y fuimos amigos, desde ese instante, amigos que se hablaban una vez cada 2 meses que por casualidad se encontraban en una reunión, amigos que se entendían aunque no supieran cuál era la comida favorita del otro ni tuvieran idea de qué pasaba en sus vidas.

No esperábamos vernos, sólo nos alegraba que eso pasara, sólo sonreíamos al cruzar miradas, sólo éramos cómplices de las tonterías que no sabíamos del otro. Sólo eso, sólo amigos de sonrisas cómplices.

Hasta que un día la sorpresa de encontrarnos se acompañó de algo más.

Esa noche mi sonrisa traía subtitulado: "¿qué hace él aquí?", y pude ver en tus ojos que te preguntaste exactamente lo mismo. Sentí mi corazón latir muy rápido y llevar a cada parte de mi cuerpo esos nervios que te hacen temblar un poco. Sentí felicidad, felicidad de verte, felicidad de tu presencia esa noche, felicidad de que eras sólo tú y nadie más, y lo supimos...

Supimos que íbamos a estar juntos, supimos que esa noche sería nuestro primer beso, supimos que no volveríamos a sonreír sin el otro. Supimos que habíamos dejado de ser "tú y yo" para ser "nosotros".

Y supe que no volvería a conocer mejor felicidad que la de tenerte en mi vida.

Fue en ese justo momento en que nos vimos a los ojos, tú desde la entrada y yo desde la sala de la habitación. Ese fue el justo momento en que nos enamoramos.

Y pasó lo que pasa entre dos enamorados, hicimos planes, viajes, vimos todas las películas de terror que encontramos, subimos de peso, lloramos y reímos. Habíamos encontrado por fin a la persona con la que pasaríamos el resto de nuestras vidas y fuimos muy conscientes de ello.

Demasiado conscientes...

Nuestra euforia se transformó en obsesión. Comenzamos a aferrarnos a nuestro ideal, teníamos que ser lo que tanto habíamos esperado, esa pareja que pasaría el resto de su vida juntos, que ya tenía al amor de su vida a su lado, que se casaría y tendría hermosos hijos, que los veríamos crecer y desarrollarse desde nuestra bella y gran casa, esa pareja que sería exitosa en sus respectivos trabajos y envejecería junta. 

Esa obsesión disfrazada de ilusión comenzó a engendrar al monstruo contra el que ahora luchas y por fin puedo aceptar que no le di importancia.

Fui tan egoísta... Mi arrogancia bailaba tan victoriosa que no presté atención al monstruo que había nacido dentro de ti, y de como cada paso de baile que daba mi arrogancia por el hecho de estar a tu lado era alimento para el engendro recién nacido en ti. 

Acepté ser tu placebo, con la esperanza de convertirme en la cura. Minimicé tus problemas con mi utopía de que el amor lo puede todo. 

Tomé tu mano desde el inicio del abismo sólo para soltarla y verte caer creyendo que te salvaría. 

Lo siento tanto...

No lo vi, ¿sabes? No quise ver que no era lo que necesitabas, quise con tantas ganas curarte para ser felices, que terminé por enfermarme también, de arrogancia y ego, y nos hundimos juntos, en ese abismo del que me hice creer te sacaría.

Hasta que nos convertimos en un roto y una descosida que no se complementaban, sino se arrancaban a pedazos las piezas que les faltaban en la necesidad de estar completos para poder estar juntos.

Nos convertimos en lo que más temíamos... En la prueba de que el amor no es suficiente cuando se está podrido por dentro.

Y en esta historia nuestra, no ganó el amor sino la sobrevivencia, porque amarnos significaba morir en el intento y, ¿sabes..? 

Siempre le he tenido miedo a la muerte.

Tenía que rendirme, por primera vez en mi vida, rendirme era la solución a todo, apuñalar a mi arrogancia y aceptar que no me convertiría en tu cura, sino en tu destrucción. 

Y la escuché...

Ahí, gritando con todas sus fuerzas, una realidad ignorada por tanto tiempo... Yo era el principal alimento de tu monstruo.

Tuve que decidir, y decidí que ambos pudiéramos vivir, aunque fuese en una vida distinta a la que escribimos, aunque fuese dejar de ser "nosotros" para volver al "tú y yo".

Tenía que convertirme en un recuerdo para no ser más un veneno disfrazado de placebo.

Y por primera vez, en toda nuestra historia, fui empática contigo. Fue la primera decisión de puro amor, sin arrogancia, sin egoísmo.

Te amé más que nunca el día que te dejé. Te amé con cada parte que me conforma cuando te dije que ya no lo hacía.

Y espero (en mi egoísmo) que el día en que ese monstruo muera por inanición, puedas amarte, como te amé en el momento en que te abandoné.

Comentarios